EN
LA OFICINA
María se tenía que quedar en el
trabajo hasta tarde así que tuvo que suprimir una vez más la cita que tenía con
Guillermo, llevaban una temporada los dos con mucho trabajo, así que se veían
para comer, desayunar, dormían juntos, pero al final era todo un quiero y no
puedo.
Guillermo tenía que reconocer su
frustración, aunque a los dos les gustaba pasar la noche juntos eran dos
testarudos que no querían perder su independencia, así que no daban el paso de
vivir juntos. Luis le preguntó a María con quien se quedaba a trabajar y ella
le dijo que sola, tenía que acabar un papeleo.
Guillermo lo preparó todo en una
bolsa de deportes y se fue hacia la oficina de María, aparcó cerca del portal y
observó como salían sus compañeros, a los que conocía de irla a buscar o a la hora del café. Por suerte no tenían derecho a parking así que todos
salían por la puerta andando antes de ir a sus coches.
Guillermo pensó que si alguien se
fijaba podría perfectamente pensar que era un acosador o algo así. A eso de las
11 de la noche decidió que María ya había trabajado suficiente y empezó a poner
en práctica su plan. Lo más importante era sobornar al portero, que le conocía,
convenciéndole que quería darle una sorpresa a María, eso fue fácil, costoso,
pero fácil. Una vez que le abrió la puerta Guillermo se dirigió por el pasillo
oscuro hasta la oficina iluminada de María, antes de entrar la miró por el
cristal, estaba tan enfrascada en su trabajo que ni había oído abrir la puerta
ni se fijaba que él la observaba por el cristal.
María estaba preciosa, su melena
negra recogida en una coleta mal hecha, las gafas puestas y esa cara de
concentración tan parecida a la que ponía cuando orgasmeaba, cuando María se
mordió el labio, Guillermo ya no pudo aguantar más.
Entró en la oficina de María y
esta dio un respingo en la silla con el susto, pero al ver a su amor se relajó
y sonrió. Guillermo guardó la compostura ya que iba a ir de Amo enfadado, bueno
eso si María no le mandaba a la mierda y le decía que la dejase trabajar claro.
-
María, estoy muy disgustado, me has dejado de
lado has faltado a varias citas, no puedes fallar así a tu Dueño.
María contuvo la risa, tenía que
reconocer que le costaba meterse en el rol de sumisa y propiedad, casi tanto
como le costaba salir cuando se metía, miró al PC, miró a Guillermo, y su coño
dio una palmada en plan “¿No te lo estarás pensando cacho perra?”, así que
María no se hizo de rogar más. Se levantó sensualmente, puso sus gafas sobre la
mesa, se soltó la melena e hizo un movimiento de cabeza que a Guillermo le
volvía loco, para que su pelo se extendiese libre por sus hombros, miró a
Guillermo con ojos de vicio, y se arrodilló y se acercó a él gateando, le besó
la punta de los zapatos y le dijo.
-
Tiene razón mi Dueño y Señor, merezco un castigo
duro y sin piedad. Su perra merece un castigo.
Cuando María le hablaba así, a
Guillermo le costaba mucho no engancharla del pelo, arrastrarla hasta la
superficie horizontal más cercana y follarla allí mismo, pero tenía que guardar
su compostura de Amo autoritario.
María había estado muy estresada
y tenía que reconocer que en estos momentos en los que cedía todo el control a
Guillermo la relajaban más que cualquier spa.
Guillermo abrió la bolsa, sacó la
correa y el collar y se los puso, sacó una mordaza que imitaba un juguete de perro y se la puso también.
-
Desnúdate - le ordenó.
María se desnudó sin incorporarse
del suelo, ya que él no se lo había pedido, se quitó la camisa blanca que
llevaba, los botines de tacón y por último la ropa interior y los calcetines.
Guillermo la cogió por la correa
y la acercó a la mesa y la ordenó que recogiese la mesa y la vaciase, le
encantaba ver hacer cosas a María así desnuda, amordazada a su merced. Una vez
que la vació, el le puso la mitad de su cuerpo sobre la mesa, le abrió las
piernas y le ato cada una a una pata de la mesa, quedándole bastante abiertas.
Luego le puso sus brazos juntos hacia delante y le ató las manos pasando
la cuerda por uno de los abridores de los cajones, sin poder obviar mientras
realizaba esta operación como la baba caía por la
barbilla de María a causa de la mordaza.
Ahí tenía a María a su merced,
respirando con excitación, pero relajada. Sacó una colita de perra de goma de
esas que se mueven con gracia cuando la sumisa gatea y se lo metió en el culo a
María usando solamente la mojadura de su coño como lubricante, sin cuidado ni
piedad, esto era un castigo, no porque María le hubiese descuidado a él, no
María se había descuidado así misma, estaba estresada, cansada y de mal humor estos días, no sabía delegar y acababa sobrecargándose de trabajo. María emitió
un pequeño gruñido cuando notó la intrusión en su culo, pero no protestó,
Después Guillermo sacó una fusta que a María no era la que más le gustaba,
la fusta acababa en un pequeño latiguillo, que acompañaba al fustazo aumentando
el dolor. Pasó la fusta por el cuerpo de María y le metió la empuñadura en el
coño bajo la orden de no correrse. Se la sacó de golpe y María tuvo que hacer
un esfuerzo sobrehumano para no correrse.
Sin mediar aviso, empezó a soltar
golpes en su culo, con tal fuerza, que el latiguillo del final abría pequeñas
rajas rojas al borde del sangrado, la siguió golpeando las nalgas, la espalda,
los antebrazos, pendiente de que las lágrimas que empezaban a asomar en los
ojos de María no denotasen que ya no disfrutaba, pero María se había
descubierto como una gran masoquista, que nunca pedía parar. Cuando el cuerpo
de María se había convertido en un lienzo lleno de fustazos y pequeñas marcas
sangrantes del latiguillo, Guillermo dejó la fusta y siguió golpeando el culo
de María con la mano, le encantaba notar el calor que emanaba.
Cuando se cansó se dirigió a la
zona de delante de la mesa, María jadeaba a través de la mordaza y alguna
lágrima asomaba por sus mejillas, aunque no era muy llorona, desató la cuerda
del cajón y la cogió por el pelo para indicarle que se incorporase, guió su
manos con la cuerda detrás de su cuello y ató la cuerda que colgaba alrededor
de su cuello para que no pudiese moverlas, y sin mediar palabra empezó a
golpear sus pechos, estos enseguida empezaron a llenarse de rajitas rojizas, le
dio algún fustazo en la barriga, y empezó a morderle los pezones y a estrujarle
los pechos salvajemente, a María le temblaban las piernas, y con ellas atadas a
la mesa tan abiertas, estaba empezando a costarle guardar el equilibrio.
Guillermo debió darse cuenta, así que la desató las piernas y las manos y le
indicó que se arrodillase, le cogió la correa y le hizo pasear por el despacho
para ver como se contoneaba la colita, esto humillaba y excitaba a María por
igual. Por último se acercó a un sofá que tenía en la oficina, se bajó los
pantalones, iba sin calzoncillos para ahorrar tiempo, le quitó la mordaza y no
tuvo que mediar palabra, María estaba hambrienta en todos los sentidos, le
comió la polla y los huevos a Guillermo como si no hubiese mañana, y cuando
este se corrió no desperdició ni una gota y se quedó allí a cuatro patas
esperando su recompensa, Guillermo se levantó y sacó un bol de perro de la
bolsa, echó agua en él y se lo puso a María delante, ella dudó un momento, pero
en seguida se puso a beber con la lengua, sin levantar las manos del suelo y
levantando mucho el culo con su colita, Guillermo sabía que en seguida le podía
dar más de comer, si. Cuando sació su sed, María levantó la cabeza y miró a
Guillermo, ella ya estaba totalmente metida en la escena, era su perra, no iba
a hablar, no iba a protestar, no iba a pedir nada, iba a aceptar todo lo que él
le diese. Guillermo le indicó que se sentase sobre sus talones y la ató las
manos detrás, sacó una tableta de chocolate almendrado que era el preferido de
ella y empezó a alimentarla con pequeños trozos que ella comía con avidez,
estaba realmente hambrienta, mientras la polla de Guillermo ya había tomado
vida, así que la acercó y María volvió a lamerla, envolverla en sus labios,
succionar sus huevos, volverla a lamer a lo largo sin parar de mover esa lengua
que a veces parecían dos, envolver, besar, apretar lo justo, tragarla hasta
dentro, asfixiarse en ella y volver a empezar, él podría pasarse así la
eternidad, si existía un cielo tenía que ser esa boca, esta vez cuando
Guillermo notó que volvía al clímax, la separó y se corrió sobre su cara y sus
pechos y se sonrió cuando vio que ella sacaba la lengua para pillar alguna
gota, era una perra viciosa y golosa y eso le encantaba.
Cuando acabó se agachó y besó a
María apasionadamente, esta estaba ahí arrodillada con las manos atadas a su
espalda, marcada y sudorosa con cara de viciosa esperando su recompensa, así
que Guillermo pensó en llevarla un poco más a su extremo y le dijo:
-
Mi querida perrita hoy no te vas a correr, y
mañana ya veremos si estoy generoso o no.
Por un momento el rostro de María
se ensombreció, pero de repente se le puso otra vez esa cara de lujuria y se
dio cuenta, para su sorpresa, que el hecho de que no le dejase correrse le estaba excitando aún más, y en cierto modo ese dominio que ejercía sobre ella
Guillermo le encantaba y curiosamente le hacía sentirse libre.
Los dos se vistieron, él no dejó
que ella se lavase y no le quitó el
collar, eso quería decir que seguía siendo su perra.
La llevó abrazada hasta el coche
y la ayudó a subir, cuando llegaron a casa de él, María iba medio dormida,
subieron al piso y le dijo a María que no se lavase ni se quitase el collar,
cuando se metieron en la cama María se durmió exhausta e increíblemente
relajada en los brazos de Guillermo. Este miraba lo bonita que estaba su
perrita con su collar y dormida entre sus brazos y decidió que no la iba a
dejar escapar. Quería que fuese suya en cuerpo y alma.