domingo, 28 de noviembre de 2021

MARCEL

 

Lucía estudiaba bilogía en la Universidad de Santiago de Compostela aunque ella lo que quería ser es cocinera, pero en su casa eso les parecía una idiotez. Era el año 1987 y había pocas escuelas de hostelería, por no decir ya estudios superiores. Así que se matriculó en biología pensando en especializarse en algo relacionado con la nutrición.

Cuando entró en un bar del Franco, típica calle de tapeo y vinos en Santiago de Compostela y vio a ese tío apoyado en la barra, le dio ganas de llamar a su madre para decirle que acababa de conocer a su yerno.

El francés medía 1,80, era moreno con unos ojos oscuros casi negros, una boca que invitaba a besar,  un cuerpo atlético y fuerte con unos brazos musculosos, pero realmente Marcel lo que trasmitía era seguridad, parecía que con solo mirarle ya podías confiar en él.

Lucía, con 18 años, era un regalo ambulante, 1,67 de estatura, morena, con unos intensos y expresivos ojos verdes, un cuerpo voluptuoso con generosas curvas y ningún complejo a la hora de mostrarlas y un estilo personal que no pasaba desapercibido, lo que quizás le hacía ser un poco engreída, pero la verdad es que si quería a alguien solo tenía que acercarse y sonreír.

Lucía se acercó a la barra, donde estaba el francés y le rozó sin querer, cuando Marcel, que así se llamaba, la miró, quedó prendado de ella. Marcel hablaba perfectamente español, tenía 25 años y estaba trabajando temporalmente en Santiago en una promoción que se estaba llevando a cabo del Camino de Santiago en Francia, él era arquitecto y tenía que documentar los monumentos más significativos desde Santiago a Roncesvalles, se podía decir que iba a desandar el camino.

Esa misma noche, Marcel y Lucía ya la pasaron juntos, en el piso de él. Aunque Lucía no era en absoluto virgen, estaba claro que Marcel le daba mil millones de vueltas en lo que respecta al sexo, no solo por su edad, sino también por su experiencia, y Marcel tenía unos gustos peculiares, de hecho por esa época aún se pensaba que eran un trastorno de conducta.

Cuando llegaron a su piso enredados en besos violentos y lascivos, Marcel se dio cuenta que Lucía respondía perfectamente a sus mordiscos y su fuerza así que empezó a pulsar pequeños botones.

La separó de él y le pidió que se desnudase, ella le miró y con esa mirada pícara que podía hacer derretirse un iceberg empezó a desnudarse seductoramente, sin dejar de mirarle hasta que se mostró ante él sin ningún pudor con ese cuerpo perfecto que con 18 años desafiaba las leyes de la gravedad orgulloso. Marcel se acercó y cuando ella fue a desabrocharle la camisa, él le agarró con sus enormes manos, le echó los brazos atrás y sujetó sus muñecas solo con una mano mientras que con la otra le cogía la cara y mientras se la acercaba le susurró: “El ritmo lo marco yo”

El sentido común de Lucía le decía que saliese corriendo, que probablemente este franchute sería un psicópata que iba a descuartizarla, pero su coño empezó a dar palmas y tomó posesión del cerebro, a partir de ese momento su coño iba a amotinarse muchas más veces.

Marcel le preguntó si confiaba en él y, obviamente, el coño mandó una orden directa al cerebro, y Lucía le dijo que sí. Hay que reconocer que tuvo la gran suerte de que Marcel no era un psicópata porque sino esta historia la habríamos acabado aquí.

Marcel, muy en plan película erótica de los 80, cogió una cordón azul que sustentaba el fruncido de las cortinas, cogió las muñecas de Lucía y se las ató detrás de su espalda, dejándolas apoyadas justo donde comenzaba la curva de su culo, tan apetitoso, invitando a ponerlo color cereza con unos buenos azotes, y así hizo Marcel, no pudo reprimirse, aún arriesgándose a que esto pudiese asustarle y la perdiese incluso antes de poseerla, porque Marcel tuvo claro desde el momento que le sonrió en el bar, que quería poseerla, pero de verdad, quería que fuese de su propiedad, no, quería que fuese su propiedad.

Marcel arrastró a Lucía y empezó a azotarle y a masturbarle ese coño que había tomado el mando, y ella se abrió como un torrente de perversión y empezó a correrse una y otra vez, hasta que a Marcel empezó a dolerle la mano y a Lucía empezaron a caerle las lágrimas, no sabía muy bien si de dolor, placer o puro agotamiento. Marcel le miró a los ojos, y no vio en ella miedo, percibió una lujuria, un vicio, un deseo que les invadió a ambos. Esa noche la folló de todas las maneras posibles, le mordió esos pezones desafiantes que pedían ser torturados, le amorató los pechos y le despertó puntos de placer que ella ni sabía que existían. Se corrió y llegó al orgasmo tantas veces que hasta creyó perder el conocimiento y pensó que nunca iba a poder sentir tanto placer, en eso se equivocó, porque Marcel despertó en ella instintos y gustos que la hicieron llegar al paraíso muchas veces en los dos años que duró su relación.

La ruptura de Marcel y Lucía no fue traumática, él no pudo alargar más sus estancia en España y ella aún tenía que acabar sus estudios, en esa época no había ni internet, ni video llamadas, así que una relación a distancia no era muy cómoda, además Marcel sabía en su interior que tenía que dejarla en libertad, que tenía que darle la oportunidad de experimentar como la había tenido él, sabía que nunca iba a tener una tesoro así en sus manos, quien sabe, a lo mejor, algún día volverían a encontrarse.

 

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