Ella salió de la ducha envuelta
en una toalla, aún tenía la maleta en el salón.
Él se la quedó mirando,
estaba preciosa recién duchada sin nada de maquillaje.
- Vengo a por mi ropa - le dijo
ella con su sonrisa fresca y natural.
- No - dijo él - te queda bien mi
toalla
Ella entornó los ojos como
fastidiada, pero se sentó en el sofá a su lado y se acurrucò entre él con una
sonrisa satisfecha. Al acoplarse le quedó un tentador culo para azotar, pero pensó que mejor darle un respiro.
La puerta de su casa se veía
perfectamente desde el salón, así que cuando timbró el de la pizza le arrancó
la toalla y le hizo ponerse a 4 patas con el culo hacia la puerta, ella
obedeció sin titubear, y él la azotó con la mano hasta que este volvió a
timbrar arriba. La piel de ella era delicada así que enseguida enrojecía,
por lo tanto su culo ya estaba rojo, por no decir su cara que se estaba
muriendo de vergüenza.
Cuando él abrió la puerta,
el chico, no pudo evitar mirar hacia donde estaba la gata, además
desde allí se veía la jaula que tenían en el salón.
- ¿Te gusta mi gata chico?-
- Mucho señor - dijo el chaval
con los ojos saliéndose de las órbitas - si la de mi tía fuese así - añadió
divertido - iría mucho más a visitarla.
- ¿Me puedes hacer un favor? - le
dijo él - Es un animal descuidado y ha perdido su collar, podrías subirme
uno de los chinos de abajo con un cascabel y una correa a juego, negros, el que
a ti te parezca más bonito.
El chaval salivaba pensando en
entrar en el juego y por suerte ese era su último pedido, Él le dio dinero
para su encargo y le dijo - mientras tú me haces este favor, yo voy a seguir
castigándole por haber perdido su collar.
Cogió las pizzas y las dejó sobre
la mesa, preguntándose que Dios pagano del sadismo le había poseído porque su
primera intención era que tomasen las pizzas tranquilamente. Rodeó a gata
que seguía obediente a 4 patas, la besó, cogió la fusta y empezó a darle color
a su culo hasta que volvió a timbrar el pizzero.
En ese momento el culo y la
espalda de la gata eran un lienzo lleno de marcas de distintas intensidades y
ella estaba apoyada sobre sus codos, con el cuerpo pegado al suelo para liberar
tensión, lo que realzaba aún más su culazo.
Abrió al chaval que
alucinó (¡Vaya dos piraos! Debió pensar)
La humillación recorría a la
gata, todas sus células la movían a coger la toalla y cubrirse, pero su
sumisión natural le hacía quedarse inmóvil.
A él le fluían las ideas
sobre la marcha.
- ¿Quieres ponerle tú el collar
chico?
- Si señor, claro
Se acercaron a ella, y con un
toque de la fusta que ella entendió perfectamente, la indicó que se volviese a
estirar. Ella estiró los brazos y el cuello, y el chico le puso un collar con
pinchos, buena elección, con un cascabel en el medio y una correa que era toda
una cadena menos al final que tenía cuero para agarrar.
- Buena elección - le dijo él.
Y el chaval hasta sonrió con
orgullo.
Pero ahí no había acabado la
humillación a la que iba a someterla, le dio las pinzas con cascabeles del pecho y le
dijo que también se las pusiese, el chaval no se arredró, cogió las pinzas, estudió
su funcionamiento, se agachó y no se cortó un pelo agarrando un pecho de la
gata con una mano y poniéndole la pinza y repitiendo la misma operación con el
otro.
- ¿Quieres escuchar como
suenan?
- Por supuesto señor
- Ya sabes zorra, haz que suenen.
Ella, que estaba roja como un
tomate agitó los pechos para hacer sonar los cascabeles y el chico totalmente
llevado por la escena la acarició la cabeza y el lomo como si de verdad se
tratase de un animal y le dijo - buena chica -
Él le dijo al chaval que se
quedase con la vuelta cuando este se la fue a dar sin quitar ojo de la gata y
de la jaula que había en el salón, cogió la correa e hizo que ella les
acompañase gateando hasta la puerta, ella lo hizo obediente y con evidente
práctica. Antes de irse el chico la volvió a acariciarle la cabeza y le dijo a él que siempre que quisiese que le llevase él las pizzas preguntase por
Andrés.
Volvió a llevar a su gata al
salón, se agachó le quitó las pinzas la besó y le hizo una señal para que se
sentase en el sofá, la tapó con la manta y la besó, con furia y posesión y con
orgullo de como le había obedecido.
El resto de la tarde la pasaron
como una pareja normal, salvo por el hecho de que ella estaba desnuda envuelta
en una manta y con un collar y una correa colgando entre sus tetas. Bueno,
nadie es perfecto.