SEX
SHOP
Desde que la pandemia había
empezado María y Guillermo no habían vuelto a vivir separados, ya eran una
pareja oficial y hacían vida como tal
con sus familiares y amigos. Como todo en su relación esto había fluido con
naturalidad, no había habido conversación ni intercambio de llaves ni nada, un
día después que se permitió la vuelta al trabajo y salir a la calle con normalidad,
habían ido a casa de María en los dos coches y habían trasladado sus cosas a la
de Guillermo. Ni siquiera habían discutido de en cual vivir, pero por lógica la
de él era más grande.
Su relación BDSM también fluía
con naturalidad. María se había revelado como una sumisa y una masoquista
natural, que se plegaba a los deseos más oscuros de Guillermo con la misma
facilidad que minutos después se iba a trabajar con su traje de ejecutiva que
ocultaba sus marcas y cualquier maldad que a Guillermo se le ocurriese.
Ese fin de semana se iba a llevar
a María a una casa de campo que le dejaba un amigo, en mitad de un bosque donde
podría hacer todas las maldades que quisiese sin que nadie en kilómetros a la
redonda se enterase, pero antes tenían que ir a comprar provisiones para el
viaje, bueno al menos eso le dijo a María que iban a hacer.
Cuando María salió vestida con un
vaquero y una camiseta, Guillermo puso cara de desaprobación, ella alucinó un
poco, en teoría iban al súper, pero le siguió a la habitación sin rechistar. Le
puso unas medias y un liguero negro encima la cama, María, como siempre,
entornó los ojos, lo que, como siempre le valió un azote, lo que, como siempre,
hizo que su coño aplaudiese.
Se quitó el vaquero y las bragas
y se puso el liguero y las medias, a Guillermo le gustaba esa camiseta de
AC/DC, así que le sacó la falda vaquera del armario y se la ordenó poner, ya
hacía frio así que le puso una cazadora, María se dejó hacer sin rechistar,
entonces Guillermo cogió cinta americana negra y se la puso sobre la boca, y
otro trozo y otro trozo, hasta que tenía toda la cara desde la nariz hasta la
barbilla cubierta de cinta negra y evidentemente esto le impedía mucho el poder
expresar ninguna queja. Benditas mascarillas, era lo único que Guillermo no
odiaba de esta puta pandemia. Le puso la mascarilla negra por encima y,
efectivamente no se notaba que iba amordazada. Otra cosa eran los ojos de
María, que estaban a punto de salirse de sus orbitas. Guillermo la agarró de la
mano y se fueron hasta el coche, se cruzaron con algún vecino que les saludó y
ella solo podía contestar moviendo la cabeza.
Cuando estaban en el garaje, su
vecino de puerta, un tío insoportable que desnudaba a María con los ojos se
acercó a ella y la interpeló directamente, María lo miró y se subió en el coche
sin contestarle obviamente, cuando se subieron los dos se miraron y se rieron,
bueno María lo intentó.
Una vez que llegaron a su
destino, un gran sex shop que había en un polígono de su ciudad, María empezó a
entender cuales eran las provisiones que iban a comprar.
Guillermo la metió en el sex-shop
de la mano y cuando entró saludó a la dependienta, que evidentemente lo
conocía.
-
Esta es mi putita – le dijo, y de repente se dio
cuenta que no podía ir por ahí diciendo su nombre real, como el grupo favorito
de ambos era Nightwish decidió sobre la marcha llamarla tarja, como su
cantante, en minúsculas como su sumisa. María le miró con una evidentemente
cara de aprobación.
La dependienta le dijo que ya
estaban sus encargos y alabó lo bien educada que estaba tarja, tan calladita,
Guillermo levantó un poco la mascarilla y la dependienta soltó una carcajada,
lo cual desarrolló los acontecimientos de siempre, entornado de ojos, azote en
público, aplauso de coño.
Guillermo contestó que primero
iban a dar una vuelta por el lugar, la dependienta le dijo que por el tema
COVID no podían tocar mucho las cosas pero que si le ofrecían un buen
espectáculo podía hacer la vista gorda y avisar a su personal que hiciese lo
mismo y señaló con un dedo a su ordenador desde el que veía toda la tienda.
Guillermo agarró a tarja, le gustaba el nombre, y en el primer sitio que paró
fue en una estantería llena de restricciones, agarró unas esposas y llevó los
brazos de ella hacia atrás y se los esposó. Por suerte la mascarilla tapaba el
rubor que le subía por la cara a María, la mujer de la puerta ya debía haber
avisado, ya que el chico que custodiaba esa parte no dijo ni mu, de todos modos
pensaba comprar esas esposas pero igualmente para agradecer que el dependiente
no les riñese, levantó la falda de tarja y le dio unos azotes, luego le metió
los dedos en el coño y se los dio a oler al dependiente. - Es una puta
exhibicionista – le dijo y este se río y
asintió.
Cuando pararon en una estantería
llena de collares la dependienta que estaba en la puerta y que tenía toda la
pinta de ser la jefa apareció con un collar negro y plateado, muy, muy ancho y
con 4 argollas repartidas simétricamente, Guillermo le explicó a María que
miraba con ojos atónitos, que era un collar postural que la obligaría a llevar
el cuello muy estirado, pero que no le sería incómodo, ya que estaba hecho a medida
para ella.
-
¡A medida! – pensó María, ¿Cuándo le había tomado medidas? , claro que ella dormía como un lirón, pero...
Se lo puso y era verdad que su
cuello que daba estirado y no podía mover la cabeza, la mujer le dio una bonita
correa plateada y negra y se la enganchó en el collar y así la llevó por la
tienda, ante las miradas curiosas y lascivas de los clientes que había en el sex-shop.
Guillermo se paraba con
premeditación delante de los estantes y lo miraba todo con calma, cuando unas
pinzas japonesas llamaron su atención, de esas no tenían, las cogió y miro a
María con cara de haberle tocado el gordo de Navidad, le levantó la camiseta,
le sacó las tetas por encima del sujetador y se las puso, la gente ya estaba
más pendiente de ellos que de un final de liga, por suerte en el sex-shop
estaban prohibidas las fotos. Se acercó a María, le metió la mano por debajo de
la falda, le tocó el coño palmeante de tarja, le besó la frente y se limpió los
dedos en sus pechos, le bajó la camiseta aunque se notaba perfectamente que llevaba
las pinzas y los pechos sueltos.
La encargada que ya no se había
separado de su lado, evidentemente mejor el espectáculo en directo que por la
tele, llevaba una bolsa que le dio y le dijo que estaba todo hecho a medida,
(María alucinaba con lo de “a medida”) y que si había algún problema se lo
ajustarían. Le dio un látigo corto en la mano, que al parecer también estaba
hecho especialmente para él.
Ante la sorpresa de María la
mujer le dijo que si lo estrenaba allí en público sería un regalo de la casa.
María puso cara de alucinada, no sería capaz, pensó. Guillermo le contestó con
un contundente azote, tiró de la correa, le quitó las esposas y la cazadora, la
encargada les dirigió a una columna donde había unos ganchos colgando,
Guillermo esposó a maría las manos delante y las colgó de uno de los ganchos,
dejándola de cara a la columna muy estirada, ella no podía mirar a su alrededor
debido al collar pero estaba segura que toda la gente que había estaría
mirando, la encargada recordó que nada de móviles, Guillermo le bajó la falda
que quedó arrugada a sus pies, y empezó a darle latigazos en las nalgas, el
látigo era justo como él había pedido, si se usaba con la fuerza adecuada no
rompía la carne pero dejaba unas bonitas marcas, realmente a Guillermo le daba
igual pagar o no el látigo, lo que quería era ver la reacción de María a
semejante humillación pública, le dio diez contundentes latigazos en cada
nalga, que dejaron 20 hermosas marcas que probablemente le dudarían todo el fin
de semana, sus quejidos eran casi inaudibles por la mordaza, pero las lágrimas
empezaron a resbalar por sus bellos ojos, mezcla del dolor, la vergüenza que
estaba pasando, pero también de la excitación y la emoción que le estaba
produciendo el ver que estaba cruzando una línea de no retorno en su entrega,
pero era de no retorno porque ella no quería retornar.
Guillermo la desató, le quitó las pinzas la cubrió con la cazadora y la besó a través de las mascarillas y de su mordaza, pero aun así ella lo sintió. Le dijo al oído que estaba orgulloso de ella y le lamió las lágrimas, le quitó el collar y lo guardó todo en la bolsa que le sujetaba la dependienta. La llevó abrazada hasta la caja, pagó y le dijo: - Gracias por tu regalo mi bella tarja – cuando la dependienta guardó el látigo sin cobrárselo.
La llevó abrazada hasta el coche,
haciéndole sentir segura y amada, la ayudó a subir al coche y le dijo que se
quitase la mordaza, mientras él fue a una maquina expendedora y le compró agua,
ese fin de semana iban a hablar de muchas cosas.
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