miércoles, 9 de febrero de 2022

EL CHICO DE LAS PIZZAS

 

Ella salió de la ducha envuelta en una toalla, aún tenía la maleta en el salón.

Él se la quedó mirando, estaba preciosa recién duchada sin nada de maquillaje.

- Vengo a por mi ropa - le dijo ella con su sonrisa fresca y natural.

- No - dijo él - te queda bien mi toalla

Ella entornó los ojos como fastidiada, pero se sentó en el sofá a su lado y se acurrucò entre él con una sonrisa satisfecha. Al acoplarse le quedó un tentador culo para azotar, pero pensó que mejor darle un respiro.

La puerta de su casa se veía perfectamente desde el salón, así que cuando timbró el de la pizza le arrancó la toalla y le hizo ponerse a 4 patas con el culo hacia la puerta, ella obedeció sin titubear, y él la azotó con la mano hasta que este volvió a timbrar arriba. La piel de ella era delicada así que enseguida enrojecía, por lo tanto su culo ya estaba rojo, por no decir su cara que se estaba muriendo de vergüenza.

Cuando él abrió la puerta, el chico, no pudo evitar mirar hacia donde estaba la gata, además desde allí se veía la jaula que tenían en el salón.

- ¿Te gusta mi gata chico?-

- Mucho señor - dijo el chaval con los ojos saliéndose de las órbitas - si la de mi tía fuese así - añadió divertido - iría mucho más a visitarla.

- ¿Me puedes hacer un favor? - le dijo él - Es un animal descuidado y ha perdido su collar, podrías subirme uno de los chinos de abajo con un cascabel y una correa a juego, negros, el que a ti te parezca más bonito.

El chaval salivaba pensando en entrar en el juego y por suerte ese era su último pedido, Él le dio dinero para su encargo y le dijo - mientras tú me haces este favor, yo voy a seguir castigándole por haber perdido su collar.

Cogió las pizzas y las dejó sobre la mesa, preguntándose que Dios pagano del sadismo le había poseído porque su primera intención era que tomasen las pizzas tranquilamente. Rodeó a gata que seguía obediente a 4 patas, la besó, cogió la fusta y empezó a darle color a su culo hasta que volvió a timbrar el pizzero.

En ese momento el culo y la espalda de la gata eran un lienzo lleno de marcas de distintas intensidades y ella estaba apoyada sobre sus codos, con el cuerpo pegado al suelo para liberar tensión, lo que realzaba aún más su culazo.

Abrió al chaval que alucinó (¡Vaya dos piraos! Debió pensar)

La humillación recorría a la gata, todas sus células la movían a coger la toalla y cubrirse, pero su sumisión natural le hacía quedarse inmóvil.

A él le fluían las ideas sobre la marcha.

- ¿Quieres ponerle tú el collar chico?

- Si señor, claro

Se acercaron a ella, y con un toque de la fusta que ella entendió perfectamente, la indicó que se volviese a estirar. Ella estiró los brazos y el cuello, y el chico le puso un collar con pinchos, buena elección, con un cascabel en el medio y una correa que era toda una cadena menos al final que tenía cuero para agarrar.

- Buena elección - le dijo él.

Y el chaval hasta sonrió con orgullo.

Pero ahí no había acabado la humillación a la que iba a someterla, le dio las pinzas con cascabeles del pecho y le dijo que también se las pusiese, el chaval no se arredró, cogió las pinzas, estudió su funcionamiento, se agachó y no se cortó un pelo agarrando un pecho de la gata con una mano y poniéndole la pinza y repitiendo la misma operación con el otro.

- ¿Quieres escuchar como suenan? 

- Por supuesto señor

- Ya sabes zorra, haz que suenen.

Ella, que estaba roja como un tomate agitó los pechos para hacer sonar los cascabeles y el chico totalmente llevado por la escena la acarició la cabeza y el lomo como si de verdad se tratase de un animal y le dijo - buena chica -

Él le dijo al chaval que se quedase con la vuelta cuando este se la fue a dar sin quitar ojo de la gata y de la jaula que había en el salón, cogió la correa e hizo que ella les acompañase gateando hasta la puerta, ella lo hizo obediente y con evidente práctica. Antes de irse el chico la volvió a acariciarle la cabeza y le dijo a él que siempre que quisiese que le llevase él las pizzas preguntase por Andrés.

Volvió a llevar a su gata al salón, se agachó le quitó las pinzas la besó y le hizo una señal para que se sentase en el sofá, la tapó con la manta y la besó, con furia y posesión y con orgullo de como le había obedecido.

El resto de la tarde la pasaron como una pareja normal, salvo por el hecho de que ella estaba desnuda envuelta en una manta y con un collar y una correa colgando entre sus tetas. Bueno, nadie es perfecto.


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