Una vez que llegaron a Madrid se
dirigieron al hotel, bonito y céntrico, que
además de la cama, tenía una mesa, unas sillas a un lado, y una mesita con un
sofá doble al otro. Además tenía una columna en mitad de la habitación que a él le hizo poner a funcionar su lado cerebral de sádico, no acababan de
cerrar la puerta y ya estaba desnudándote, esta vez ella protestó un
poco, quería ducharse, arreglarse, pasear, pero sus protestas no le sirvieron
de nada. En un abrir y cerrar de ojos ya estaba sentada en el suelo y atada a
la columna. Sus manos atadas hacia atrás, sus tetas rodeadas de cuerda, lo que
las hacía más tirantes y grandes, y a su vez sujetas a la columna lo que la
inmovilizaba aún más, también le pasó un par de vueltas de cuerda por la boca
para que estuviese calladita, le tocó el coño
para cerciorarse de que estaba húmeda
y excitada a pesar de sus protestas, le besó la frente y le dijo dulcemente:
-
Cariño tengo que ir a una ferretería – ella entornó los ojos y pensó que no sería a por más cuerda.
Le metió un consolador en el coño
y cuando salió puso el cartel de no molestar por si las moscas.
Cuando volvió, comprobó que el
consolador había salido disparado y que ella tenía mirada de pantera
hambrienta, vació la mesa y volcó un bote de chinchetas por la mesa, la miró
con cara de cachorrito y le dijo que era algo que siempre le había apetecido
hacer, la desató todo menos las tetas y le hizo ir gateando hacia la mesa, le
encantaba ver ese culazo, la levantó y le ayudó a subirse a una silla para que
se pudiese sentar sobre ellas, ella lanzó una especie de gemido mezclado de
dolor y placer, luego cogió un puñado y apretó su coño con ellas, algunas se
clavaron, otras quedaron medio pegadas, fue a la maleta de ella y empezó a subirle una braga por las piernas, cuando
llegó al borde de la mesa la puso otra vez de pie en la silla cogió otro puñado
de chinchetas y lo echó en las bragas y se las subió. Le dijo que se pusiese
los vaqueros y la camiseta que llevaba, ella como siempre obedeció. El dolor
era a la vez intenso y excitante, y se fueron a dar una vuelta por Madrid como
dos turistas más, charlaban, se reían y ella a veces ronroneaba quejándose, se
paraban en algún rincón a besarse y el la estrujaba el culo, no veía el momento
de volver a casa y follárselo.
Durante la comida, el estar sentada sobre las chinchetas fue un tormento, pero no tenía intención de rendirse, era una sumisa tozuda. Ël se estaba convirtiendo en un depredador insaciable que se alimentaba de la entrega y del sufrimiento que le mostraba, cuando se lo dijo a ella, que le inspiraba cuotas de sadismo y dominación que hasta a él le sorprendían, ella le sonrió y le dijo al oído: mi Lobo hambriento.
Y el lobo agarró a su presa y se apresuró con ella al hotel, no iba a tardar un segundo más en devorarla, curiosamente en el restaurante, de estilo retro, sonaba Lobo hombre en París.
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