lunes, 25 de noviembre de 2019

EN LA OFICINA


EN LA OFICINA




María se tenía que quedar en el trabajo hasta tarde así que tuvo que suprimir una vez más la cita que tenía con Guillermo, llevaban una temporada los dos con mucho trabajo, así que se veían para comer, desayunar, dormían juntos, pero al final era todo un quiero y no puedo.
Guillermo tenía que reconocer su frustración, aunque a los dos les gustaba pasar la noche juntos eran dos testarudos que no querían perder su independencia, así que no daban el paso de vivir juntos. Luis le preguntó a María con quien se quedaba a trabajar y ella le dijo que sola, tenía que acabar un papeleo.
Guillermo lo preparó todo en una bolsa de deportes y se fue hacia la oficina de María, aparcó cerca del portal y observó como salían sus compañeros, a los que conocía de irla a buscar o a la hora del café. Por suerte no tenían derecho a parking así que todos salían por la puerta andando antes de ir a sus coches.
Guillermo pensó que si alguien se fijaba podría perfectamente pensar que era un acosador o algo así. A eso de las 11 de la noche decidió que María ya había trabajado suficiente y empezó a poner en práctica su plan. Lo más importante era sobornar al portero, que le conocía, convenciéndole que quería darle una sorpresa a María, eso fue fácil, costoso, pero fácil. Una vez que le abrió la puerta Guillermo se dirigió por el pasillo oscuro hasta la oficina iluminada de María, antes de entrar la miró por el cristal, estaba tan enfrascada en su trabajo que ni había oído abrir la puerta ni se fijaba que él la observaba por el cristal.
María estaba preciosa, su melena negra recogida en una coleta mal hecha, las gafas puestas y esa cara de concentración tan parecida a la que ponía cuando orgasmeaba, cuando María se mordió el labio, Guillermo ya no pudo aguantar más.
Entró en la oficina de María y esta dio un respingo en la silla con el susto, pero al ver a su amor se relajó y sonrió. Guillermo guardó la compostura ya que iba a ir de Amo enfadado, bueno eso si María no le mandaba a la mierda y le decía que la dejase trabajar claro.
-          María, estoy muy disgustado, me has dejado de lado has faltado a varias citas, no puedes fallar así a tu Dueño.
María contuvo la risa, tenía que reconocer que le costaba meterse en el rol de sumisa y propiedad, casi tanto como le costaba salir cuando se metía, miró al PC, miró a Guillermo, y su coño dio una palmada en plan “¿No te lo estarás pensando cacho perra?”, así que María no se hizo de rogar más. Se levantó sensualmente, puso sus gafas sobre la mesa, se soltó la melena e hizo un movimiento de cabeza que a Guillermo le volvía loco, para que su pelo se extendiese libre por sus hombros, miró a Guillermo con ojos de vicio, y se arrodilló y se acercó a él gateando, le besó la punta de los zapatos y le dijo.
-          Tiene razón mi Dueño y Señor, merezco un castigo duro y sin piedad.     Su perra merece un castigo.
Cuando María le hablaba así, a Guillermo le costaba mucho no engancharla del pelo, arrastrarla hasta la superficie horizontal más cercana y follarla allí mismo, pero tenía que guardar su compostura de Amo autoritario.
María había estado muy estresada y tenía que reconocer que en estos momentos en los que cedía todo el control a Guillermo la relajaban más que cualquier spa.
Guillermo abrió la bolsa, sacó la correa y el collar y se los puso, sacó una mordaza que imitaba un juguete de  perro y se la puso también.
-          Desnúdate - le ordenó.
María se desnudó sin incorporarse del suelo, ya que él no se lo había pedido, se quitó la camisa blanca que llevaba, los botines de tacón y por último la ropa interior y los calcetines.
Guillermo la cogió por la correa y la acercó a la mesa y la ordenó que recogiese la mesa y la vaciase, le encantaba ver hacer cosas a María así desnuda, amordazada a su merced. Una vez que la vació, el le puso la mitad de su cuerpo sobre la mesa, le abrió las piernas y le ato cada una a una pata de la mesa, quedándole bastante abiertas. Luego le puso sus brazos juntos hacia delante y le ató las manos pasando la cuerda por uno de los abridores de los cajones, sin poder obviar mientras realizaba esta operación  como la baba caía por la barbilla de María a causa de la mordaza.
Ahí tenía a María a su merced, respirando con excitación, pero relajada. Sacó una colita de perra de goma de esas que se mueven con gracia cuando la sumisa gatea y se lo metió en el culo a María usando solamente la mojadura de su coño como lubricante, sin cuidado ni piedad, esto era un castigo, no porque María le hubiese descuidado a él, no María se había descuidado así misma, estaba estresada, cansada y de mal humor estos días, no sabía delegar y acababa sobrecargándose de trabajo. María emitió un pequeño gruñido cuando notó la intrusión en su culo, pero no protestó, Después Guillermo sacó una fusta que a María no era la que más le gustaba, la fusta acababa en un pequeño latiguillo, que acompañaba al fustazo aumentando el dolor. Pasó la fusta por el cuerpo de María y le metió la empuñadura en el coño bajo la orden de no correrse. Se la sacó de golpe y María tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no correrse.
Sin mediar aviso, empezó a soltar golpes en su culo, con tal fuerza, que el latiguillo del final abría pequeñas rajas rojas al borde del sangrado, la siguió golpeando las nalgas, la espalda, los antebrazos, pendiente de que las lágrimas que empezaban a asomar en los ojos de María no denotasen que ya no disfrutaba, pero María se había descubierto como una gran masoquista, que nunca pedía parar. Cuando el cuerpo de María se había convertido en un lienzo lleno de fustazos y pequeñas marcas sangrantes del latiguillo, Guillermo dejó la fusta y siguió golpeando el culo de María con la mano, le encantaba notar el calor que emanaba.
Cuando se cansó se dirigió a la zona de delante de la mesa, María jadeaba a través de la mordaza y alguna lágrima asomaba por sus mejillas, aunque no era muy llorona, desató la cuerda del cajón y la cogió por el pelo para indicarle que se incorporase, guió su manos con la cuerda detrás de su cuello y ató la cuerda que colgaba alrededor de su cuello para que no pudiese moverlas, y sin mediar palabra empezó a golpear sus pechos, estos enseguida empezaron a llenarse de rajitas rojizas, le dio algún fustazo en la barriga, y empezó a morderle los pezones y a estrujarle los pechos salvajemente, a María le temblaban las piernas, y con ellas atadas a la mesa tan abiertas, estaba empezando a costarle guardar el equilibrio. Guillermo debió darse cuenta, así que la desató las piernas y las manos y le indicó que se arrodillase, le cogió la correa y le hizo pasear por el despacho para ver como se contoneaba la colita, esto humillaba y excitaba a María por igual. Por último se acercó a un sofá que tenía en la oficina, se bajó los pantalones, iba sin calzoncillos para ahorrar tiempo, le quitó la mordaza y no tuvo que mediar palabra, María estaba hambrienta en todos los sentidos, le comió la polla y los huevos a Guillermo como si no hubiese mañana, y cuando este se corrió no desperdició ni una gota y se quedó allí a cuatro patas esperando su recompensa, Guillermo se levantó y sacó un bol de perro de la bolsa, echó agua en él y se lo puso a María delante, ella dudó un momento, pero en seguida se puso a beber con la lengua, sin levantar las manos del suelo y levantando mucho el culo con su colita, Guillermo sabía que en seguida le podía dar más de comer, si. Cuando sació su sed, María levantó la cabeza y miró a Guillermo, ella ya estaba totalmente metida en la escena, era su perra, no iba a hablar, no iba a protestar, no iba a pedir nada, iba a aceptar todo lo que él le diese. Guillermo le indicó que se sentase sobre sus talones y la ató las manos detrás, sacó una tableta de chocolate almendrado que era el preferido de ella y empezó a alimentarla con pequeños trozos que ella comía con avidez, estaba realmente hambrienta, mientras la polla de Guillermo ya había tomado vida, así que la acercó y María volvió a lamerla, envolverla en sus labios, succionar sus huevos, volverla a lamer a lo largo sin parar de mover esa lengua que a veces parecían dos, envolver, besar, apretar lo justo, tragarla hasta dentro, asfixiarse en ella y volver a empezar, él podría pasarse así la eternidad, si existía un cielo tenía que ser esa boca, esta vez cuando Guillermo notó que volvía al clímax, la separó y se corrió sobre su cara y sus pechos y se sonrió cuando vio que ella sacaba la lengua para pillar alguna gota, era una perra viciosa y golosa y eso le encantaba.
Cuando acabó se agachó y besó a María apasionadamente, esta estaba ahí arrodillada con las manos atadas a su espalda, marcada y sudorosa con cara de viciosa esperando su recompensa, así que Guillermo pensó en llevarla un poco más a su extremo y le dijo:
-          Mi querida perrita hoy no te vas a correr, y mañana ya veremos si estoy generoso o no.
Por un momento el rostro de María se ensombreció, pero de repente se le puso otra vez esa cara de lujuria y se dio cuenta, para su sorpresa, que el hecho de que no le dejase correrse le estaba excitando aún más, y en cierto modo ese dominio que ejercía sobre ella Guillermo le encantaba y curiosamente le hacía sentirse libre.
Los dos se vistieron, él no dejó que ella se lavase y  no le quitó el collar, eso quería decir que seguía siendo su perra.
La llevó abrazada hasta el coche y la ayudó a subir, cuando llegaron a casa de él, María iba medio dormida, subieron al piso y le dijo a María que no se lavase ni se quitase el collar, cuando se metieron en la cama María se durmió exhausta e increíblemente relajada en los brazos de Guillermo. Este miraba lo bonita que estaba su perrita con su collar y dormida entre sus brazos y decidió que no la iba a dejar escapar. Quería que fuese suya en cuerpo y alma. 

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