LA JAULA
Gabriela había hecho amistad en
fetlife, Juan; con el que intercambió el teléfono. Sus conversaciones fluían
sin problema, en principio de una manera totalmente vainilla, pero un día saltó
la chispa y empezó a haber entre ellos algo sexual.
Las circunstancias pandémicas que estaba viviendo la humanidad no les permitía quedar en persona. Cuando se empezó a abrir la libre circulación entre los municipios gallegos acordaron que ella iría a su ciudad a conocerlo.
Ella le había contado alguna
de sus fantasías, así que él le había preparado una sorpresa.
Gabriela estaba super nerviosa, se
había puesto un vestido negro, que aunque no era muy escotado, le gustaba mucho
como le quedaba.
Juan también estaba nervioso,
no hacía más que probarse camisas delante del espejo. Y no se había afeitado la
barba en toda la semana porque sabía que
a ella le gustaban las barbas.
A pesar de las mascarillas y de
la gente se reconocieron en seguida, e igual que había pasado con el teléfono,
enseguida empezaron a hablar como si se conocieran de siempre.
Cuando llegaron a la puerta de su
casa Juan le preguntó si se fiaba de
él, ella contestó que sí, y antes de abrir la puerta le puso una venda en los
ojos, abrió la puerta, le ayudó a entrar y notó como ella temblaba ligeramente,
mezcla de la excitación y no iba a negarlo, un poco de temor.
Ella escuchó como se cerraba la
puerta a sus espaldas, él le bajo la cremallera del vestido, y se lo deslizó
hasta que cayó al suelo. Gabriela se había puesto un conjunto rojo y negro de
ropa interior con un liguero a juego, le complació el conjunto y decidió no
despojarla de él. Le preguntó si llevaba los “juguetes” que le había pedido,
ella le dijo que sí, que estaban en su pequeña maleta de mano.
Juan hurgó hasta que encontró
la mordaza tipo bit y las bolas chinas. La besó dulcemente en los labios y le
puso la mordaza. Ella notó como la excitación estaba venciendo a todos sus
temores. Él se agachó y le quitó los botines con delicadeza, repasó con sus dedos todas las líneas de su cuerpo y le pasó la mano
por su coño notándolo húmedo, también comprobó que le había obedecido y llevaba
su plug puesto.
Le separó un poco las bragas y le
metió las bolas de un solo movimiento, estaba más que lubricada con su humedad,
se levantó mientras besaba su cuerpo y al llegar a los pechos le separó el
sujetador lo justo para ponerle las pinzas, ella estaba quieta, su sumisión
natural la llevaba a esperar a que él hiciese todo lo que quisiese de ella, y
aunque no le conocía en persona hasta ese momento, desde hacía mucho sabía que podía confiar en él.
La baba ya empezaba a caer por su
barbilla, y él se la lamió con hambre y pasión. Sacó unas esposas que llevaba
en el bolsillo de su chaqueta y le esposó las manos a la espalda, la agarró del
pelo y la empujó unos pasos en la casa hasta el salón ahí la hizo arrodillarse
con autoridad y la empujó dentro de algún tipo de caja, oyó como se cerraba una
puerta o algo similar y le pareció oír un candado. Ella estaba allí de rodillas,
quieta, con la cabeza baja en posición sumisa.
Él, a propósito, dejó pasar unos
segundos en silencio, segundos que a ella le parecieron una eternidad, de
repente notó como unas manos desataban el pañuelo que le tapaba los ojos y así
pudo ver que estaba arrodillada dentro de una jaula, sus ojos se iluminaron con
placer y lascivia al ver el bulto que se
hacía evidente en el pantalón de Juan, este se sacó su fantástica polla y
ella se acercó golosa a lamerla sacando su lengua entre el bit. El solo le dejó
saborear su líquido preseminal, luego sacó una cuerda, la atrajo hasta los
barrotes y ató su cuello a ellos, empezó a masturbarse y derramó una inmensa
corrida por su cara y por su pelo, tan peinadito y limpio que lo llevaba, por
su espalda, cuando se quedó satisfecho, la desató de los barrotes, le señaló a
un cojín y un bol de agua que había dentro de la jaula y le dijo:
-
Vado a fare un aperitivo con amici – y puso una
cara entre divertida y perversa. –Si tienes sed creo que podrás beber con esa
mordaza, ponte cómoda.
Se dio media vuelta y salió del piso, dejando allí a una fiera enjaulada, caliente, excitada, húmeda, con el semen resbalando por su cuerpo, que no podía limpiarse y que no recordaba haber estado más salida en su puta vida.
Mientras Juan estaba tomándose algo con sus amigos, no podía apartar de su mente el animal enjaulado que tenía esperándole en su casa. Por una parte esperaba que no se hubiese enfadado por haber empezado jugando tan fuerte, por otra la cara de lujuria con que le había mirado no parecía muy enfadada, quizás frustrada. Y de repente imaginándosela en la jaula, sin saber a que hora volvería, el tiempo que iba a someterla a la tortura de la espera, su polla volvió a tomar vida, una vida muy visible incluso, así que se disculpó con sus amigos y volvió a casa lo más veloz que pudo ya que su polla ya le estaba tomando delantera.
Cuando Gabriela escuchó abrir la
puerta se puso de rodillas y se acercó a los barrotes con expectación, pensando
en qué se le habría ocurrido al cabronazo ahora.
-
¿Me has echado de menos? –
Evidentemente Gabriela seguía amordazada, así que puso los ojos para arriba todo
lo que pudo y se topó con los abultados pantalones de él, así que sacó su
lengua golosa entre el bit y se relamió.
Juan no esperó un minuto más,
sacó las llaves de su bolsillo, abrió el candado de la jaula y la sacó de allí,
pasó su dedo por su escote y su barbilla que estaba llena de babas por la
mordaza, se la quitó y la besó en los labios, ella le miraba lujuriosa, pero
acostumbrada a guardar silencio en las escenas si nadie le decía lo contrario
no abrió la boca aunque ya no estaba amordazada.
La empujó gentilmente hacia la
mesa del comedor, que ya estaba preventivamente vacía, le abrió las esposas, le
quitó el sujetador del todo y las pinzas, mierda no se acordaba que le había
dejado las pinzas puestas, tenía los pezones amoratados, y al abrirle las
pinzas no pudo reprimir un ligero quejido, él se agachó y le lamió los pezones
con delicadeza para aliviar la tortura involuntaria a los que se los había
sometido notando con su lengua las marcas que habían dejado las pinzas.
La ordenó desnudarse del todo, la
tumbó en la mesa esposó sus manos delante y las unió con una cuerda por encima
de su cabeza, se desnudó ante la atenta mirada de ella, se subió a la mesa
con agilidad y se puso de rodillas dejando el cuerpo de ella en medio de sus
piernas, le rozó la boca con la polla pero no se la dejó ni saborear, ella gimió con frustración. Juan se acercó a su coño,
empezó a pasar su hábil lengua por él, lamió sus labios, su clítoris, y
dejaba que de vez en cuando que su polla tocase la boca de ella pero sin dejársela
catar, cuando ella estaba a punto de alcanzar su clímax el paraba y volvía a
tentarla acercando su polla a su boca, a la tercera vez que la llevó al límite,
le acercó el culo a su boca y le ordenó que se lo comiera, ella estaba
desesperada por correrse, así que se aplicó con avidez, Juan ya no aguantó
más, se bajó de la mesa, desató la cuerda que la sujetaba a la mesa, la
arrastró por las piernas al borde de la mesa, le arrancó las bolas chinas y
empezó a embestirla como un semental, le ordenó que se corriese y ella lo hizo,
vaya si lo hizo, llegaron al orgasmo a la vez, acompasados y él jadeando
descansó su cuerpo sobre el de ella, que también estaba exhausta, aún esposada
y con el plug en su culo, pero con la felicidad dibujada en su mirada.
Exquisito relato. Tuve experiencias así ,por lo tanto, mi memoria recreó todo... qué ganas de repetir o replicar lo que pasa en esa historia
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