MI EXPERIENCIA CON UNA POLLA VEGANA
Pé
era de un grupo vegetariano-vegano y el sábado iban a hacer una quedada en un
restaurante macrobiótico, cuyo dueño era miembro del grupo y amigo de Pé, ya
que estaba muy cerca de su casa y ella solía frecuentarlo.
Iba
a ser un menú crudivegano, pero lo que realmente le apetecía a Pé es que al
final iba a conocer en persona a algunos miembros del grupo con los que hablaba
bastante, sobretodo a Alberto, Alberto era un profesor de música de Orense,
vegano, amante de los animales, de Star Wars y de los comics, cincuenta y
tantos muy bien llevados, moreno y esperaba que al menos algo más alto que
ella.
Cuando llegó al bar Alberto ya
estaba allí, se reconocieron sin problema, ¡Bendita internet! Se saludaron
sonrientes y en seguida empezaron una fluida conversación, llevaban mucho
tiempo hablando por Skype y tenían mucho en común.
La comida tenía un problema, acudió más gente de la que se pensaba en
un principio, así que no era muy
abundante, a eso había que añadirle que tampoco en sí misma era muy calórica,
así que el vino de cosecha ecológica con la que la acompañaron, hizo estragos
en la compostura de los presentes, es decir, todo el mundo se emborrachó, y
claro, la lívido recién recuperada de Pé, ayudada de lo mal que le sentaba el
vino, se puso a funcionar. Primero rozó su pierna con la de Alberto, después le
metió sus abundantes tetas en la cara cuando se agachó sobre donde estaba
sentado para coger una brocheta de sandía y melón, y vació el palito entero
mirando para él con cara, ella esperaba que de viciosa, aunque con el pedo que
llevaba podía ser de loca. Dio gracias por no atragantarse y salir airosa de la
situación y que a Alberto le hubiese llegado la señal alta y clara, ya que la
cogió de la mano y le preguntó si quería ir a despejarse un poco. Por supuesto
que quería, suponiendo que los dos entendiesen por “despejarse” lo mismo, y sí,
no cabía duda que usaban el mismo diccionario. El bar estaba cerca del parque
Europa, y como no hacía muy bueno, y eran solo las 15.30, el parque estaba todo
vacío, además Pé lo conocía muy bien, es a donde llevaba a su hijo de pequeño,
la de horas que había pasado allí, con lo cual llevó directamente a Alberto a
un recoveco de los arbustos, en la parte menos concurrida del parque, donde era
difícil que los viesen. Allí empezaron a besarse apasionadamente, y él con
torpeza, probablemente por el alcohol, empezó a sobarla por debajo de la
camiseta de Bon Jovi que ella llevaba y por debajo de la falda vaquera. El más
básico de los instintos se apoderó de Pé, sin ni siquiera importarle ser
descubierta a unos cuantos metros de su casa,
Se desanudó la chaqueta que llevaba a la cintura, la tiró al suelo, se
arrodillo y, ante la mirada atónita de Alberto, le hizo la mamada de su vida, o
al menos eso le dijo él. Mientras él le decía lo bien que se lo había pasado y
que podían verse más veces, él venir a Coruña o ella ir a Orense, la mente de
Pé estaba pensando en una conversación que había tenido con una chica del
grupo, que le había asegurado que el semen de los veganos sabe distinto, sí,
tenía razón, la polla de Alberto sabía exactamente igual que sus vitaminas, se
preguntaba si hoy hubiese sido como si se hubiese tomado una sobredosis de
pastillas, y se empezó a reír sin que el pobre Alberto supiese de qué. Él se tenía
que ir, le salía el tren, el domingo participaba en un concierto benéfico a
favor de una protectora de animales de su ciudad, por eso no se quedaba a
dormir en Coruña. Pé le acompañó a la estación, que tampoco estaba muy lejos de
su casa. Se despidieron con un beso y la promesa de volverse a ver.
Pé
se fue a su casa, la cual le pareció que estaba más lejos de lo normal, puto
vino ecológico, y agradeció que su hijo no iba a estar en ella, estaba segura
de que llevaba pinta de guarra, y no por falta de higiene precisamente.
Se
tumbó en la cama con su perrita a su lado, y se puso a pensar en lo que estaba
pasando en su vida. Bueno no a pensar, a sorprenderse, era como si su coño
fuese en busca de recuperar todos sus orgasmos perdidos, y esa facilidad para
que sus objetivos caían en sus redes. A ver, no era un bicho, pero joder, tenía
ya 48 años, algún kilo de más, y se había abandonado un poco, debía exudar
feromonas que la hacían irresistible, sino no había explicación.
Lo
que más la sorprendía era que no se sentía culpable por andar de folleteo, a
Alberto a lo mejor le volvía a ver pero le dejaría bien claro, que no quería
una relación, si podían se veían sino no, era demasiado pronto para atarse a
alguien otra vez, quería vivir en libertad, sin ataduras ni comeduras de
cabeza.
Le
sonó el whatsapp, era Alberto, agradeciéndole otra vez la increíble velada
(¡velada! Pensó Pé, más bien mamada) y volvió a partirse de risa sola., él le
decía que esperaba que se volviesen a ver pronto. Ella no se esmeró mucho en
contestar, le envió un emoticono de un beso y dio por zanjada la conversación. El
vino ecológico le estaba dando sueño.
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